De antemano me cautivó particularmente el Aston Martin DB11, el automóvil que elegiría Bond sin duda. Me paro frente a él y me pregunto si este es el auto más hermoso que jamás haya visto.
Agraciado, elegante y al mismo tiempo nervudo, tenso, agresivo. El blanco con el techo negro le queda genial al Aston Martin. Aquí conducimos con motor central. El morro es tan infinito que el bloque AMG de cuatro litros (510 CV, 675 Nm) tiene espacio para agazaparse detrás del eje delantero.
Elegancia y fiereza: todo un Aston
La ventaja de esta construcción se muestra en esta carretera de montaña desde los primeros metros: tiene un frontal extremadamente estable, mientras que a los cuartos traseros les gusta insinuarse en cada giro.
Las barras de refuerzo masivas sobre el biturbo V8 entre las suspensiones delanteras minimizan la torsión, y los neumáticos Bridgestone Potenza S007 de 20 pulgadas en aluminio de 10 radios hacen el resto.
En el interior, me recuesto en cómodos asientos en los que echo en falta un poco más de agarre lateral, y cambio los ajustes de la acústica del motor y las contorsiones del chasis con solo tocar un botón en la cenefa acolchada. Tan elegante como es el DB11, cuando debe, también puede silbar infernalmente y rodar tan duro como una roca.
Dos rivales duros de roer
Algo en lo que ambos compatriotas lo superan: el McLaren GT en términos de dureza, el Jaguar F-Type, en el sonido. Pero solo acústicamente, porque en comparación parece un tigre domesticado en esta carretera rural serpenteante, se inclina más incluso en el modo más deportivo y tiene que recomponerse cuando acelero a fondo hasta que el chasis vuelve nuevamente a su ser.
Si abro las válvulas del escape cuádruple, la calma de este entorno bucólico se quiebra abruptamente; luego, cuando ya voy lanzado, lo cierto es que el Jaguar se deja llevar con nobleza.
En este facelift, el Jaguar recibe nuevas luces delanteras y traseras, e instrumentos digitales. Pero el F-Type conserva su carácter de GT maravillosamente rudo, también debido a su motor: el V8 sobrealimentado de cinco litros en la proa proporciona al gran felino sobre ruedas 575 CV y 700 Nm.
El cohete McLaren con guantes de seda
En términos de rendimiento, el único que le roba planos de cámara en este show al Jaguar es el McLaren de 620 CV. Y eso que, en apariencia, intenta pasar desapercibido con un elegante rojo vino. Una empresa sin sentido. Pero su diseño radical grita a los cuatro vientos su poderío interior.
Y dicho esto, hay algo que me ha sorprendido: el McLaren es inicialmente más dócil de lo esperado. Eso también puede deberse al hecho de que no te sientas aquí como en un GT al uso, sino más bien como en un coche de carreras. Y claro, las expectativas son diferentes.
Incrustado en una “carcasa” increíblemente cómoda, fusionada con el monocasco de fibra de carbono, con las manos en un pequeño volante sin elementos superfluos, y detrás, una leva del cambio a la izquierda que me permite cambiar con una mano: hacia atrás reduzco, hacia delante, subo de marcha. ¿Imaginas poder conducir tranquilamente mientras con tu mano derecha coge la de tu pareja en el asiento del acompañante? En este bólido, es posible.
El motor detrás de los asientos es estructuralmente el mismo que el del 720S, excepto que han domesticado el V8 biturbo de cuatro litros del GT en 100 CV (620 CV, 630 Nm) y han dejado que responda con más suavidad.
En la carretera, la impresión teórica no es engañosa: la dirección asistida hidráulicamente es extremadamente directa y proporciona, con mucho, la respuesta más precisa de este trío.
Ya indicamos el temperamento comedido del cuatro litros al principio, aunque “comedido” hay que verlo aquí en contexto. Si quieres divertirte, llévalo a la zona alta del cuentarrevoluciones. En la parte baja, con su dulce borboteo V8, está la parte dócil de la personalidad de McLaren.
Si está coqueteando con uno de los tres, sentimos darte un baño de realidad: sus precios parten de más allá de los 100.000 euros, hasta los 200.000.